EDITORIAL


La tierra de Jesús

Foto Andreotti


     En el reciente congreso sobre el Rostro de Jesús, promovido con gran inteligencia y éxito por el cardenal Fiorenzo Angelini, he considerado útil -al lado de doctas relaciones teológicas, místicas, artísticas e históricas- llamar la atención sobre el estado actual de la tierra donde vivió hace dos mil años el Dios visible, en el gran designio de la Redención.
     No es nada raro que leyendo y escuchando las crónicas de lo que sucede en Medio Oriente y específicamente en esa región que llamamos Tierra Santa resulte espontáneo pensar en Jesús llorando mientras la multitud lo aclamaba.
     Se lee en Lucas, 19, 41-42: "Al acercarse y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si también tú comprendieras en este día lo que lleva a la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo. Y la prueba es que va a llegar un día en que tus enemigos te rodeen de trincheras, te sitien, aprieten el cerco, te arrasen con tus hijos dentro y no dejen piedra sobre piedra, porque no reconociste la oportunidad que Dios te daba".

Quisiera llamar la atención sobre el estado actual de la tierra donde vivió hace dos mil años el Dios visible, en el gran designio de la Redención. No es nada raro que leyendo y escuchando las crónicas de lo que sucede en Medio Oriente y específicamente en esa región que llamamos Tierra Santa resulte espontáneo pensar en Jesús llorando mientras la multitud lo aclamaba

     Hace cincuenta años, recién terminada la segunda guerra mundial con el trágico fragor de las bombas atómicas, la humanidad estaba aún atónita ante el balance tremendo de matanzas y destrucciones, que recordaban -quizás como nunca en la historia- el espantoso pasaje del Apocalipsis: "Salió otro caballo, alazán, y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande".
     En el anhelo de reconstrucción y reparación, era obligada y al mismo tiempo espontánea la prioridad del problema de los judíos, víctimas del increíble holocausto que había segado la vida de seis millones de hombres, mujeres y niños.
     De este modo, la Organización de las Naciones Unidas -que sustituía a aquella Sociedad de las Naciones, condenada desde su nacimiento a la esterilidad al no haber sido ratificada por el Senado estadounidense- dio vida en 1948 al Estado de Israel, con la contemporánea creación de un Estado árabe, que, a diferencia del primero, no se realizó.
     El Congreso cristológico no era seguramente el lugar para profundizar en el motivo o los motivos del rechazo, a parte de las dificultades objetivas. Es un hecho que el mundo árabe halló en la contestación global contra el Estado de Israel un fuerte cemento cohesivo, que adquirió una intensidad más profunda cuando desapareció el otro elemento de cohesión que era el apoyo a la independencia de Argelia. El recurso a las armas no sólo no obtuvo ningún resultado, sino que provocó la ocupación israelí de territorios árabes, que en vano la ONU intimó varias veces de devolver.
     Desconfianza recíproca y total incomunicabilidad impidieron durante mucho tiempo cualquier esperanza de resolución. Y si, por un lado, el valiente gesto de Sadat y Begin -estimulados por el presidente Carter en Camp David- rompió por medio de Egipto el asilamiento israelí, suscitó, por el otro, un frente de rechazo que exasperó aún más la situación.

Basílica del Santo Sepulcro. Jerusalén

     El problema parecía insoluble, a causa también de los asentamientos de colonos judíos en los territorios ocupados -a veces motivados por los programas de instalación de los nuevos inmigrados- que seguían viniendo de muchos países (masivamente de Rusia, tras la caída de la prohibición). La población global del Estado, que en los años 60 era poco superior a los dos millones de habitantes, ha superado hoy los cinco millones y medio. Según las estadísticas oficiales por confesión religiosa, el 81% es hebreo; el 14,5% musulmán; el 2,8% cristiano y el 1,7 druso o de otras confesiones.
     Son también importantes los datos de procedencia: el 58% de Europa, el 18% de África, el 15% de Asia y el 8% de América y Oceanía (del uno por ciento no se conoce el punto de emigración).
     No fue fácil hacer superar la oposición radical contra todo intento de diálogo entre las partes. Por un lado, la Organización para la Liberación de Palestina era considerada nada más que una agregación terrorista; por el otro, la misma Organización en su estatuto no sólo negaba al Estado de Israel el derecho a la seguridad, sino su simple existencia.
     Italia, también en las instituciones de la Comunidad Europea con la declaración de Venecia propuesta en 1980 por su ministro de Asuntos Exteriores, Emilio Colombo, y el ministro alemán Genscher, reaccionó a la aquiescencia ante esta separación que el tiempo por sí sólo no hubiera podido nunca corregir y que cada día se iba terriblemente agravando. En septiembre de 1982 sondeamos la disponibilidad de Arafat para intentar el deshielo y le invitamos a Roma para que lo dijera públicamente ante los delegados de cien naciones, reunidos en la capital italiana con ocasión de la Conferencia de la Unión Interparlamentaria.

La iglesia de Todas las Naciones a los pies del Monte de los Olivos. Jerusalén

     No nos desanimamos porque el mensaje no fuera comprendido inmediatamente, ni por los comentarios duros y las críticas feroces que provocó. El Consejo Nacional Palestino siguió buscando, aunque fatigosamente, una vía de negociaciones formalizando dicho proceso en un Consejo Nacional celebrado en Argel. Arafat pidió y obtuvo la posibilidad de ilustrar esta evolución ante la ONU, pero para que pudiera hacerlo la Asamblea tuvo que trasladarse de Nueva York a Ginebra, ya que Estados Unidos (y no era el único) negaba el visado de entrada al líder palestino, mientras que los israelíes, aunque no negaban completamente la buena fe de quien, como yo, lo perseguía, consideraban la posibilidad ilusoria y peligrosa.
     Históricamente es exacto que la situación comenzó a desbloquearse por la inevitable solidaridad que se dio entre Israel y el mundo árabe en la reacción, primero diplomática y luego militar, a la invasión iraquí de Kuwait. La verdad es que la OLP no se adhirió al frente justo, pidiendo que la ONU resolviera primero su problema. El Presidente Bush se comprometió solemnemente a afrontar la cuestión palestina inmediatamente después de la devolución de la soberanía del Kuwait invadido.
     Y así sucedió puntualmente, mediante los reservadísimos buenos oficios del Gobierno noruego que culminaron en el histórico encuentro de Rabin y Arafat en el jardín de la Casa Blanca.
     Encuentro histórico, repito, que fue posible también psicológicamente después de la dura represión de la Intifada, hechos que habían abierto los ojos y conmovido a muchos que hasta entonces habían seguido firmemente rechazando toda negociación. Ciertas imágenes de la televisión habían causado, sobre todo en Estados Unidos, una auténtica inversión de tendencia. Pero tal vez se cayó en una nueva y diferente ilusión. Al igual que antes muchos consideraban erróneamente que podían seguir indefinidamente con posturas negativas, del mismo modo se pensó -o se dejó creer- que todo estaba resuelto y que el calendario operativo del proceso de paz era una mera formalidad. Por desgracia no era ni es así. A lo largo del camino han surgido continuamente obstáculos, previsibles o nuevos, con el agravante de repetidos gestos de violencia ciega de quienes no se resignan a la convivencia. Desde la matanza de Hebrón al asesinato de Rabin y otros hechos luctuosos es un camino doloroso que, sin embargo, no nos debe hacer perder la confianza en la victoria final de la razón.

Además, que el problema de Jerusalén sea un punto inseparable del contexto general o que sea la coronación final del proceso de pacificación queda en el ámbito de lo opinable. También porque -lo recordó aquí en Roma el Alcade de Belén- el aislamiento práctico de la ciudad de Belén, por ejemplo, no es menos inquietante. En la audiencia…

     Entre los factores que contribuyeron a eliminar las barreras de prejuicios que impedían el diálogo hay que señalar la política de la Santa Sede; es más, podemos decir, refiriéndonos al Concilio y a la supresión de ciertos pasajes en los textos litúrgicos, la actitud de la Iglesia católica.
     Tras los periodos de los mal disimulados disgustos por las audiencias concedidas a Arafat y la compresión hacia los sufrimientos de los palestinos, se llegó, hace ahora tres años, a establecer relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado de Israel. Al recibir al primer embajador, Shimuel Adras, el Papa pudo decir: "El diálogo entre los pueblos del Mediterráneo ya no es una utopía. Es un largo camino que hay que recorrer con la audacia de la paz". Y si desde el Vaticano se renuevan claros auspicios por un estatuto especial para la ciudad de Jerusalén, que esté garantizado internacionalmente y que prevea la libertad de conciencia y de religión para todos sus habitantes y el libre acceso a los Lugares Santos para los fieles de cualquier religión y nacionalidad, esto ya no es -salvo para las facciones extremistas- un motivo de resentida polémica. Además, que el problema de Jerusalén sea un punto separable del contexto general o que sea la coronación final del proceso de pacificación queda en el ámbito de lo opinable. También porque -lo recordó aquí en Roma el Alcalde de Belén- el aislamiento práctico de la ciudad de Belén, por ejemplo, no es menos inquietante. En la audiencia que se le concedió en Castelgandolfo -junto con los representantes de la Autoridad Palestina, el 22 de septiembre- dijo el Papa: "Es Dios mismo el que pide a todos y cada uno que tenga el valor de la fraternidad, del diálogo, de la perseverancia y de la paz".

... que se le concedió en Castelgandolfo -junto con los representantes de la Autoridad Palestina, el 22 de septiembre- dijo el Papa: “Es Dios mismo el que pide a todos y cada uno que tenga el valor de la fraternidad, del diálogo, de la perseverancia y de la paz”

     Además, la simultaneidad de los acuerdos finales para todo el área parece una línea sabia y prudente, y quizás su falta ha sido la causa del estancamiento del proyecto general. Fue esta la petición que hizo el presidente de Siria, Assad, y que quedó desatendida con los acuerdos separados de Israel con Jordania y con la OLP. Creo que se equivoca -y de todos modos no es constructivo- quien piensa hallar un acuerdo para el Golán separándolo del cuadro global. Con gran delicadeza, pero sin equívocos creo que el Papa así lo hizo entender en los discursos de su significativa visita al martirizado Líbano.
     Bien sabemos lo difícil que es devanar la trama de contrastes y diferencias que subsisten en toda esta problemática, para la que también son preciosos los esfuerzos paralelos que se tratan de realizar a un nivel religioso, con lo que se ha denominado el triálogo, entre cristianos, hebreos y musulmanes.
     Es pertinente, por fácil analogía, un pasaje muy significativo de la Carta de san Pablo a los Efesios: "Vosotros, paganos, estabais excluidos de la ciudadanía de Israel y erais ajenos a las alianzas, sin esperanza en la promesa y sin Dios en el mundo, Ahora, en cambio, gracias a Jesucristo, vosotros, los que antes estabais lejos, estáis cerca, por la sangre de Cristo, porque él es nuestra paz; él, que de los dos pueblos hizo uno y derribó la barrera divisoria, la hostilidad".
     Con los debidos ajustes esta es una línea-guía en la que un día estas poblaciones acabarán por inspirarse.
     Permítasenos contra spem sperare, aunque no en tiempos cercanos, releyendo en el Evangelio de Mateo 9, 31 la descripción de Judea, Galilea y Samaria, como tierras de una paz edificada en el temor del Señor, repletas del consuelo del Espíritu Santo.
     Contando sólo con sus fuerzas -política y diplomacia- el mundo no será nunca capaz de construir una auténtica estabilidad.